Don Francisco Fababa Tangoa de 85 años de edad, que radica en la Comunidad Campesina de Puerto Miguel – Quebrada Yarapa, es uno de los hombres amazónicos que aún perduran en el tiempo, nació el 22 de diciembre de 1933 en la comunidad de Bolivar en el rio Ucayali, siendo descendiente de padre san martinense y madre balsapuertina.
Desde muy niño acompaño a su padre y fue de quien aprendió las habilidades de la extracción del látex del caucho o shiringa, trabajo principal y muy importante por aquellos años. Don Panchito (como cariñosamente es conocido) se levantaba muy temprano; todos los días cogía su faca (puñal pequeño), tishela (envase de latón), balde de latón y machete y comenzaba su labor. Esta empezaba a las 5 de la mañana y se extendía hasta las 3 de la tarde, hora en la que regresaba a su casa para almorzar. Una vez en su centro de trabajo (la selva) ubicaba el árbol de caucho o shiringa, lo miraba atentamente y con ojos alegres le hacia el primer corte a la altura aproximada de su frente y casi al instante el árbol emanaba su látex y colocaba la tishela para recogerlo, luego seguía su ruta hasta el siguiente árbol que no era muy lejos y hacia la misma operación.
Durante el tiempo de trabajo podría rasquetear y sangrar hasta 50 árboles, eran buenos tiempos -nos comenta-; después de rasquetear y colocar las tishelas en el último árbol de la jornada, regresaba al primer árbol y vaciaba el látex en el balde de latón, operación que repetía con cada uno de los arboles trabajados. En un día de trabajo podría recoger hasta 30 litros de látex, los cuales entraban en un proceso de ahumado para formar unas bolas de látex solidificado, producto que era entregado a un comerciante que iba hasta el pueblo a comprar, no solo a don Panchito, sino también a otros caucheros, así mismo trabajo la “balata” y “leche caspi” y con el dinero que les pagaban por kilogramo de bola de látex alcanzaba para mantener a su familia, para cubrir los alimentos básicos como arroz, azúcar, sal, kerosene, ropa y cartuchos; la carne lo conseguía de la selva, eran tiempos buenos y abundantes.
Ya cuando don Panchito tubo la edad de 16 años fue a servir su patria en el Ejército Peruano y fue destacado al campamento “Curaray” del Rio Napo, después de dos años regreso a formar su propia familia y a querer seguir trabajando el caucho, sin embargo se dio con la sorpresa que los precios eran muy bajos y no habían muchos pedidos, el comerciante ya casi no iba a comprar las bolas de latex, por lo que decidió hacer otras actividades como el aprovechamiento de yute, barbasco, tagua o yarina, aguaje, chonta, piabas (crías de peces) y caza de animales (mitayo). Como parte de sus mil oficios pasó muchos accidentes graves como: al derribar un árbol le apretó sus pies, pero pudo salir casi ileso, fue mordido por una serpiente venenosa y en uno de las cacerías de animales fue baleado en el abdomen. Como buen hombre amazónico sobrevivió a todos estos accidentes.
Ya en esta época de su vida se dedica a la pesca, agricultura, pero recuerda aquellos años con nostalgia y preocupación por lo que nos dice: “los niños van a sufrir hambre cuando no haya plantas y animales en el monte”.